—¡Mira detrás de ti! ¡Un mono de tres cabezas!
Y me giré expectante, pero sólo era Sara. Sólo. Como si no fuera suficiente para salir corriendo de allí. Sara, la chica de tres cabezas. Todas despeinadas, desde luego. Todas ellas locas, cómo no.
Conocí a Sara cuando íbamos al instituto. Ella era una chica muy alegre y extrovertida. Me gustaba sentarme detrás de ella, para poder tenerla siempre a la vista. "Vayamos por partes", decía el profesor de matemáticas. Pues eso hacía, iba por partes, poco a poco. Primero me senté detrás de ella. Luego empecé a faltar a clase cuando ella lo hacía… No tenía ni idea de donde se metía, pero me gustaba que cuando pasaban las notas de asistencia pareciese que nos fugábamos juntos, a comer Filipinos de chocolate blanco, algo que sabía que le encantaba.
Sí, Sara, la chica que siempre faltaba. Que faltaba a clase y que faltaba en mi corazón de adolescente impresionable. Al año siguiente me mudé. Del norte me tocó viajar al sur, y mi norte se quedó perdido con ella. Quise llevarme un recuerdo. Pero ni siquiera me atreví a hablarle durante todo el curso. Sabía que le gustaba el manga y esas cosas frikis. A mí no, claro. No era un emo. Pero a ver, quería llevarme un recuerdo, así que le compré dos camisetas. Una de La Princesa Mononoke y otra de Monkey Island. Que sí, que la segunda es de un videojuego. Pero juegos, mangas, vestir ropa ancha... Todo eso va en el mismo lote, ¿no es cierto? Pero no fui capaz de dárselas. Así que me las traje conmigo.
Y aquí están ahora, en mi cama, con su nombre escrito en las etiquetas, esperando que algún día toquen su piel y poder olerlas después. Sólo por nostalgia, no por fetichismo.
Me dijeron que usaba redes sociales, así que la busqué. Y ahora la etiqueto por todas partes a ver si se acuerda de mí, porque no me atrevo a mandarle un mensaje. Creo que es mejor exponerla públicamente para que todos sepan cómo la quise. Ahora no, ya lo superé: Colecciono Pokémon.
Sara, si ves esta publicación, que sepas que no me olvidé de ti. Te hecho más de menos que tú a la crema de nécora. Pero si dices que no, no me importará.
Y así fue como nunca conocí a Sara, la chica de tres cabezas. Todas despeinadas, desde luego. Todas ellas locas, cómo no.
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