Al retrotraerse a los orígenes de la Víspera de Todos los Santos, es habitual imaginarse las celebraciones celtas del fin de la temporada de cosechas, o el Salem puritano del siglo XVII en plena cacería de brujas, pero hay una imagen tan popular como aquellas y que se ajusta mejor en todos los aspectos a la línea seguida por el Halloween moderno: el jinete sin cabeza, a quien se suele retratar, además, con una buena calabaza en la mano. Específicamente, me refiero al cuento de Washington Irving, The Legend of Sleepy Hollow (La leyenda de Sleepy Hollow, 1819). El relato casi picaresco de Ichabod Crane, un profesor larguirucho y asustadizo que pretende cortejar a la heredera del granjero más próspero en el lugar, sirve para entroncar la descripción de la ‘hondonada somnolienta’, como se le conoce literalmente a la región, con el embrujo que le confieren las fábulas y supersticiones locales. Irving nos lleva de la mano por paisajes encantadores, de arroyos que atraviesan plácidamente los claroscuros del bosque y rutilantes tardes otoñales, sin olvidar la caída de la noche y el contagioso letargo del valle, que provoca en quienes ahí residen visiones de trasgos, fantasmas y otras apariciones. Se yuxtaponen lo cálido y lo frío, lo humorístico y lo sobrecogedor, dentro de la idealización de esas colonias holandesas que corresponde tan armoniosamente a la nostalgia de una escena de All Hallows’ Eve durante la niñez. Cabe resaltar los opíparos regodeos del escritor, obedeciendo al apetito insaciable de Ichabod Crane, que en el curso del cuento abren el del lector, y en el último tramo subrayan el ambiente caluroso de una fiesta ‘quilting frolic’ tradicional. El baile, las viandas y las historias de aparecidos que cierran la velada, hacen por contraste que el final, la anticipada emersión del germano galopante como “escolta” de Crane, sea aún más pavoroso.
¿Qué le sucede al profesor de Sleepy Hollow realmente? Aunque el narrador, con alma de historiador (tratándose de Diedrich Knickerbocker, pseudónimo de Irving Washington), habla a favor de una broma pesada por parte de Brom “Huesos” Van Brunt, rival de galanteo de Ichabod, y su posterior huida, la duda se conserva en el ambiente fantasioso de la hondonada, y por consiguiente en los lectores más influidos por él. De ahí que el cuadro del Jinete Descabezado sosteniendo una calabaza, en lugar de su propia cabeza, cobre tanto significado para quien lo mire con la eterna disposición a dejarse seducir por el hechizo de lo fantástico.
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