domingo, 16 de abril de 2023

Me siento feliz

    —Me siento feliz.
    —¿Y qué se siente?
    —Náusea.
    —¿Náuseas? Me estás tomando el pelo. ¿Quién va a sentir la felicidad como si fueran náuseas? Oh… Espera… ¿No serás uno de esos tipos raros, verdad? Ya sabes… Que les gusta los vómitos de otras personas, verlas, o mierdas de ésas. A ver, no quiero ofenderte. A cada uno le gusta lo que le gusta, pero ¿náuseas?
    —Náuseas, no. ¡Náusea! ¡Ella! Cállate y escucha, imbécil. Cada palabra que sale por tu boca estropea más lo que voy a contarte. Cada persona percibe la felicidad como algo asociado a la satisfacción de sus propios deseos. Normalmente, en esta sociedad enferma, se tratan de deseos materiales. Un coche nuevo, ¡qué feliz soy! Un viaje a París, ¡qué feliz soy! ¿Lo pillas, lumbreras?
    —¡Tampoco hace falta ofender! Yo he preguntado intentando mostrar el máximo respeto… Pero si eres raro, eres raro.
    —Te he dicho que te calles y escuches. No sé por qué me molesto en intentar explicarte lo que se siente.
    —Pues porque soy la única persona que te lo ha preguntado. Si no fueras por ahí pregonando tu felicidad, no habrías despertado mi curiosidad. ¿Vas a contarme a qué te refieres o no?
    —Está bien. Aunque eres algo zoquete, tienes razón. No puedo despreciar a quien se ha interesado por saber. Me siento feliz. Y para mí, la felicidad la provoca ella, mi Náusea. Porque estoy vivo por ella. Verás, tuve un sueño...
    —¿Con las náuseas?
    —¡No! Con ella, una mujer. Ella es «mi náusea», pero es una mujer. ¡Dios mío, dame paciencia! ¿Quieres escuchar mi sueño o no?

    Silencio.
 
     —Bien, te contaré cómo pasó. Y te juro que fue real. Me encontraba en un barrizal rodeado de cadáveres. La sangre cubría las huellas en el barro y formaban un paisaje con cientos, qué digo, con miles de pequeños lagos. Si imaginabas que te encontrabas a la distancia adecuada desde la que nos observan los dioses, podrías creer que aquello era una representación en miniatura de los ríos y lagos del infierno. Me encontraba muy cansado, pero no sabría decirte si me encontraba herido. Estaba lleno de sangre, como todo aquel maldito lugar, como todos aquellos malditos cuerpos. Algunos permanecían inertes y otros aún se movían como las larvas de un gusano arrastrándose hacia un destino que no iban a alcanzar. Su otro destino sin embargo, la muerte, les había alcanzado a ellos antes. ¿Sería éste también mi destino? Superé el miedo inicial que se siente cuando aún no conoces la verdad y comencé a palpar mi cuerpo. Primero la cabeza; parecía que todo estaba en su sitio. Las orejas, los dos ojos, la nariz y mi boca… Y lo más importante, mis sesos seguían dentro de mi cráneo. Me sentí estúpido al creer que podría sobrevivir si me hubieran arrancado un trozo de cerebro, y sin embargo mi mano temblaba mientras palpaba mi nuca y mi coronilla. Mis extremidades también permanecían en el sitio que les correspondía, pegadas a mi cuerpo. Bien, pensé, estoy consciente y no me han arrancado nada. Me pondré de pie y me iré de este maldito lugar.
    Entonces los vi. Vi unos pies descalzos de mujer, sucios por la mezcla de barro, sangre y vísceras, y se detuvieron frente a mí. Intenté levantar la cabeza lentamente para ver la cara de quien yo creí que iba a acabar conmigo. Necesitaba saber si aquella visión pertenecía a una persona o si se trataba de la misma Parca que había venido a por mí. Subí un poco más la mirada y me encontré con un vestido, en origen blanco, que comenzaba a cubrir desde las rodillas. Al igual que sus pies desnudos, su vestimenta estaba manchada por aquella mezcolanza de dolor y muerte. Logré incorporarme y aunque mi figura era más grande que la de ella, su presencia me hacía sentir insignificante. Dos grandes trenzas negras caían sobre sus senos que se ocultaba bajo el vestido. Y me dispuse a hacerle frente, a enfrentarme a su cara, a retar a sus ojos antes de morir. Entonces sentí un dolor inmenso en mi estómago, bajo mi esternón. Su mano, fría como el hielo, quemaba mis entrañas. Nunca imaginé un acto de tanto sadismo en una persona. Pero ya estaba claro que ella no era una persona. Debía ser otra cosa. La Parca, sí, debía ser la misma Muerte que había venido a por mí en persona. Paralizado por el dolor, mi quijada parecía querer desprenderse de mi cara. Su mano se introdujo aún más y trepó hasta que encontró mi corazón y lo aprisionó entre sus dedos. No pude contenerme más y un espumarajo sanguinolento se desprendió de mi boca y cayó sobre ella. Levantó la mirada y por primera vez pude ver sus ojos negros, mirándome fijamente con una expresión triste, pero llenos de determinación, sin ningún atisbo de duda ni remordimiento. Temí que mi sangre la ofendiese y pudiera provocarme aún más dolor. ¿Pero qué haría entonces? ¿Arrancarme el corazón de cuajo? No dudo de que hubiera podido hacerlo, pero aquello habría significado un acto de misericordia al acabar de una vez con esta tortura. No hizo nada, sólo siguió mirándome, y yo seguí escupiendo sangre y derramando todos los fluidos que salían por mi boca sobre mi pecho hasta que encontraban su brazo introducido en mí. Y lo sentí, sentí como apretaba mi corazón una vez. Silencio. Otra vez. Silencio. Otra vez… Y habló. Acercó su cara aún manchada con mi sangre a la mía, dirigiendo sus pálidos labios hacia mi oído para susurrarme:
    «Mientras mantenga mi mano en tu corazón haciéndolo latir, vivirás. Sin embargo, nunca podrás poseerme porque pertenezco a otro señor. Si quieres vivir tendrás que ir donde yo vaya, ver lo que yo vea, y hacer lo que yo haga. Muchas preguntas deben estar rondando tu mente. Qué es este lugar. Quién soy yo. Por qué no acabo con tu vida. Y sin embargo la más importante es por qué tú has sido el elegido. Porque yo lo he querido. Nunca lo olvides. He mirado dentro de ti y me gustó lo que vi. Eres mi capricho».

    —¡Hostia puta! Qué imaginación la tuya. Estaba tan ensimismado por tu historia que casi olvido que era un sueño. Que era fantasía.
    —Pero te juré que lo que te iba a contar pasó tal cual te lo he contado.
    —¡Sí, claro! ¡En tus sueños! Aún quieres seguir riéndote de mí. Es cierto que me ha divertido tu relato, pero deja de pensar que me chupo el dedo y que creo en brujas, hadas, demonios y fantasmas.
    —Sube mi camiseta si no me crees.

    Por unos instantes el hombre dudó. Pero finalmente, convencido de que todo lo que había escuchado de su interlocutor era una alucinación febril, la levantó. Y vio un agujero en el estómago de su amigo, y lo que parecía un brazo cercenado dentro de él. Podía ver los músculos y tendones contraerse con los mismos intervalos a los que lo haría un corazón al latir. Dio un gran salto hacia atrás asustado y cayó de espaldas, quedando sentado en el suelo. Desde ahí, inmóvil, sólo alcanzó a balbucear.

    —Pero… pero… pero eso no es posible. No puede ser real.
    —Sí que lo es. ¿recuerdas que ella dijo que no podría vivir si se separaba de mí? ¿Que entonces mi corazón dejaría de latir porque éste latía por su voluntad, por su capricho? Pero yo no estaba dispuesto a servir a su señor. Yo la quería sólo para mí. Quería saber que había visto en mí. Y sobre todo, quería dejar de ser un capricho para convertirme en un deseo incontrolable. Pero ella no estaba dispuesta a renunciar, a someterse. Y yo, por otro lado, no estaba dispuesto a morir ni a someterme. Así que creo que es ahora ella la que ya no podrá separarse de mí jamás. Sin embrago, sigo teniendo esta horrible sensación dentro de mí, esta náusea. Mi Náusea. Pero me siento feliz.
 
TQMM

2 comentarios:

  1. Un pedazo de relato que hubiera firmado el mismísimo Lafcadio Hearn si se hubiera mudado a Noruega en vez de Japón, y si en su época hubieran existido el black metal y los auriculares, compañero.
    Un abrazo movido y turbado.

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  2. Muy amables tus palabras, amigo mío. Creo que exageras pero eso no impide que se hinche mi orgullo. El camino que hemos iniciado no tiene vuelta atrás. Y el sendero ya no volverá a ser solitario.
    Un abrazo re-movido y más turbado.

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