Reseña parcial e imparcial de 'Evil Dead Rise'

ADVERTENCIA DE DESTRIPES Y DESMEMBRAMIENTOS

Vamos a hablar de lo nuevo en la excelente franquicia de ‘Evil Dead’, pero antes un poco de contexto: arribé al cine y entré corriendo a la última función subtitulada de ‘Evil Dead Rise’. Iba fumado, cansado, y la única golosina que me permití comprar fue un Pepto-Bismol sabor cereza, porque las tripas me punzaban (la adultez, tío). En ese estado vi una película que, encima, no significaba el regreso a la pantalla grande de mis héroes ‒Raimi, Campbell y Ash‒, sino una historia nueva con un director desconocido al volante, un tal Lee Cronin. Esto último no debía ser un impedimento para su disfrute, pues ansiaba ver esta película y estaba dispuesto a recibirla con los brazos abiertos sólo por ser parte de la familia poseída, pero mi indisposición provocaba una regresión de mi ser a una idiosincrasia que he tratado de olvidar desde que empecé a practicar yoga cinéfilo, y que viene con todos los prejuicios y rabietas del fanboy de hueso colorado promedio. Esta vez, lidié con las quejas internas del pequeño crítico frustrado que todavía vive dentro de mí, pero no pude cerrar la distancia entre el visionado y mis pensamientos, que en ningún momento dejaron de alejarse del cine y correr disparados hacia todas partes como si se tratara del icónico trávelin/punto de vista del demonio invocado. Y mi desapego fue tal que no sentí demasiado interés por los personajes, el desarrollo, las referencias o las variaciones. Presté atención como mejor pude y me retiré después de pasados los créditos, sin ninguna alegría en el corazón y sin más sabor en la boca que el del subsalicilato de bismuto.

Así que, ¿qué decir sobre ‘Evil Dead Rise’? Ciertamente no la disfruté, pero cometería una injusticia si basara mi opinión completa sobre el filme en una circunstancia ajena a su producción. No ajena a la experiencia, MI experiencia personal del visionado, pero sí a todo lo que entraría en una definición objetiva de “calidad”. Y si he de referirme a su calidad, creo (objetivamente) que ‘Rise’ se “eleva” al nivel de la franquicia, omitiendo (por ahora) el reboot/secuela del 2013 (porque, si recuerdan bien, todas las secuelas de ‘Evil Dead’ son “reboots” a su modo), el cual miré hace demasiados años (¡hace diez años!) y no me gustó para nada (como decía, eran otros tiempos y otras maneras de pensar).

Este quinto largometraje reinventa y recupera a partes iguales la trilogía original (o la “tetralogía de Ash Williams”, que incluye la serie ‘Ash vs Evil Dead’, una maravilla en sí misma), partiendo de una excusa alocada para desatar las fuerzas del mal sobre la Tierra (otra vez), un puñado de personajes que no necesitan desarrollo porque morirán en breve, y constantes guiños al trabajo de Raimi. Guiños que parecen agradecerle y despedirse mientras se va tendiendo un camino distinto para las secuelas. Por ejemplo, el trávelin con dron del inicio anuncia bien temprano que el espíritu de ‘Evil Dead’ sigue presente, aunque la transición al mundo moderno, un mundo necesitado de nuevos giros y escenarios, es inevitable. Como ‘Dracula A.D. 1972’, el sepulcro del Mal atávico se encuentra ahora en el corazón de la ciudad. El Necronomicón hace estragos en un sórdido edificio de apartamentos, incomunicado por sus propios mecanismos, y donde la presencia de un variopinto grupo de vecinos anticipa una masacre. Dentro de uno de estos apartamentos vive la familia protagonista, y es aquí donde tiene lugar el segundo acto, la dinámica de la cabaña: los miembros se convierten uno a uno en deadites, la situación escala y obliga al personaje central, Beth (Lily Sullivan), a ponerse a la altura de su antes-hermana anta-gonista. Los jumpscares y escenas de tensión están bien construidas con diversos recursos visuales y sonoros, como la invocación del demonio por medio de discos de vinilo (se puede escuchar una voz conocida desde las bocinas) o el punto de “mirilla” del horror en el pasillo. 

Dicho esto, Cronin se lo toma con más seriedad, menos fluidez, mala leche y atmósfera que Raimi. No me interesaron mucho las tribulaciones de la familia durante este segmento de la película, ni me sorprendieron las torturas que la madre inflige a sus vástagos. Todo se sintió correcto, mas no genial. Y en este punto no estoy seguro de cuánta culpa puede atribuírsele a la cinta, a mi estado físico y mental, y a mis expectativas. Porque no es sino hasta el final, cuando el rostro de Lily Sullivan se transforma en el de Bruce Campbell bajo capas de sangre y demencia, que ‘Evil Dead’ se hizo presente nuevamente en toda su gloria ante mis ojos. Los sacrificios de Beth rinden frutos (rojos y jugosos frutos), haciéndole justicia al dilema de este personaje, quien durante la mayor parte del metraje sólo es una chica sin un plan y con un embarazo no planeado, hasta que carga con la responsabilidad de tres vidas (la suya incluida). Este contraste entre la hermana que se vuelve contra sus hijos y la hermana que decide conservar a su hijo nonato podría ser la justificación del libreto (aparte de continuar el legado de las posesiones infernales, claro está).  

En definitiva, le debo una revisión a esta secuela. Mientras tanto, me reafirmo en que no es mala. No es Raimi, por supuesto. No es la más descabellada de la colección hasta ahora, y sus pasos hacia la actualización de la franquicia todavía son livianos y dependientes de lo más destacado de sus predecesoras. Pero está bien producida, bien respaldada y bien encaminada. Es más de lo que yo mismo puedo decir sobre mi vida en estos momentos.