lunes, 24 de abril de 2023

El recuerdo del olvido

El amor de la adolescencia. Un recuerdo que es falso; un delirio.
 
Siempre he tenido un nombre en mi mente. Victoria. No Vicky, ni Toria ni ningún otro diminutivo. No. Vic-to-ria.
 
Conocí a Victoria cuando comencé el bachillerato. Mi familia y yo continuábamos viviendo en nuestro casa en la costa. Después de pasar allí toda nuestra infancia mi hermana y yo, nuestros padres se acostumbraron a la tranquilidad que les ofrecía aquella vida de retiro parcial alejados de la urbe. En nuestros primeros años pudimos recibir educación en casa, pero como tenía intención de cursar estudios superiores, tuve que internarme en un colegio de educación secundaria postobligatoria en la ciudad. Casi todos los fines de semana regresaba a casa. Fue una época muy feliz de mi vida. Aunque, como suele pasar, por aquel entonces no lo sabía. No era consciente
Sí, como acabo de decir, era feliz pero no lo sabía. Mis padres me querían y yo a ellos. Y mi hermanita era mi ojito derecho. No se trataba de eso, no. Se trataba de la idealización de lo que no se tiene. O mejor dicho, de lo que ya no se puede obtener. Quizá fue culpa de la literatura para adolescentes que leía, o de aquellas series de televisión sobre jóvenes amigos que se conocen desde la infancia y terminan juntos, pero en aquellos momentos yo deseaba haber vivido una historia así. Tenía dieciséis años y prácticamente mi universo por completo se encontraba dentro de nuestro hogar.

El primer día de curso fue aterrador para mí. Tanta gente desconocida... ¡Tanta gente por conocer! Había leído y visto mucho sobre eso. Todo el mundo tiene su pandilla especial. Su grupo de amigos. Incluso los marginados podían juntarse con otros marginados. ¡Nadie tenía por qué estar solo si no lo deseaba! ¿Verdad? ¡¿Verdad?!

Podría describirla y decir que era guapa, bella, hermosa. Pero ésa es una cuestión que suele responder más a quien observa que a quien es observado. Lo que ningún observador podría negar era cómo su mirada no dejaba indiferente a nadie. Si tenías la fortuna de que sus ojos entraran en contacto con los tuyos, ya te encontrabas irremediablemente perdido. Yo la apodé Ojos Tristes, aunque no fue hasta algún tiempo después de conocernos cuando se lo confesé.
La verdad es que nadie podía saber si realmente había tristeza en sus ojos, si era melancolía, o si acaso se trataba de rabia contenida. Y no quiero decir que su mirada fuera indescifrable… No, no se trataba de eso. Quizá fuera que en ellos nos veíamos reflejados tal y como ni nosotros mismos nos conocíamos. Tal vez por eso ella era Ojos Tristes para mí.
 
DIES IRAE (detalle), de Dino Valls, 2012. Óleo sobre tabla.
 
Cuando terminaban las clases nos permitían salir por la tarde, siempre y cuando regresásemos para la hora de la cena. Al principio no me gustaba mucho la idea de salir porque en el fondo echaba de menos mi familia.
Un día descubrí un pequeño rincón, muy cerca de allí, que escondía lo que para mí llegó a ser un tesoro. Se trataba de un pequeño parque de césped con un único árbol en su interior. Y junto al árbol, una muchacha pasaba sus tardes leyendo hasta el anochecer. Al principio no me llamó la atención. Disfrutar del aire libre y de una lectura me parecía un buen plan. Pero como siempre la veía sola, empecé a preguntarme si ella también sería nueva en la ciudad. Había tenido el impulso de acercarme a ella y preguntarle qué tal estaba muchas veces. Pero tampoco quería molestar... ¡No era ningún acosador! No, claro que no.
Ella estaba leyendo, como de costumbre, sentada en el suelo con la espalda apoyada en aquel solitario árbol que se encontraba en el parque cercano al internado. Yo no tenía nada que perder porque ya estaba perdido. Me acerqué con paso firme mientras repasaba mentalmente infinitas formas de iniciar la conversación. Y sin darme cuenta me encontré parado delante de ella sin decir una palabra.
—Hola —dijo finalmente—. Me estás tapando la luz.
—Eh... Jacaranda.
—¿Disculpa?
—Sí... Esto... Sé que es un jacaranda por el azul violáceo de sus flores. Aunque estamos en otoño y es cuando las hojas de otros árboles caen, para el jacaranda es cuando florece. Bueno, en otoño y también en primavera.
No sabía que estaba haciendo. No había planeado nada de lo que acababa de decir. Pero cuando fui consciente de que sus ojos me estaban mirando entré en pánico. Y se me ocurrió hablar del árbol. ¡Del árbol!
Volvió a hablar y dijo una sola palabra: Victoria. Continuó mirándome casi sin pestañear esperando mi respuesta. ¿Victoria? ¿Estaba burlándose de mí? ¿Acababa de calificar mi torpe acercamiento como una victoria? Pretendí salir de aquella situación con una genialidad...
—¿Victoria? ¿Acaso estamos en una guerra? ¿Muchos vinieron aquí antes que yo y fracasaron? —dije mientras me reía como un estúpido.
—No, bobo —e hizo una pausa que me pareció eterna—. Mi nombre es Victoria. ¿Y tú? ¿Tienes nombre? ¿O debería llamarte Bobo para siempre?
Me puse totalmente colorado y balbuceé mi nombre.
—Raf... Rafael.
—Muy bien, Raf-Rafael. Ahora vas a quitarte del medio y dejarás que la luz se deshaga de las tinieblas que trajiste contigo.
No podía creerlo. No sólo había hecho el ridículo por mi cuenta, sino que estaba siendo cruelmente humillado por aquella chica con la que tanto ansiaba hablar.
—Y hay dos formas en la que puedes hacer eso —continuó—. Puedes irte por donde has venido. O puedes, si no te importa mancharte un poco los pantalones, sentarte a mi lado y contarme el porqué de interrumpir mi lectura.
Sin dudarlo me senté junto a ella. Aún no estaba seguro de si debía sentirme ofendido o no. Pero no me importó. Había conocido a Victoria y tuve la sensación de que jamás querría levantarme de allí. Lo quisiera o no, estaba enamorado de ella.

El curso fue avanzando y nos hicimos muy buenos amigos. Ella compartía conmigo su afición por la lectura y el cine clásico y yo compartía con ella... Bueno, yo estaba allí para ella. Le encantaba hablar sobre los mundos que la literatura y el cine creaban para que ella pudiera perderse en ellos. Y yo me encontraba en ella.
El curso continuó avanzando y llegó la segunda floración del jacaranda. Hasta entonces no le había dicho que estaba enamorado. Y no sabía si sería buena idea hacerlo.

Cuando las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina, sucedió algo que me obligó a tomar la decisión de declararme o no hacerlo. Victoria se mudaba. Y no a alguna otra ciudad más o menos cercana. Yo mismo tenía mi hogar fuera de la ciudad. Se mudaba al extranjero junto a su familia. Su madre había conseguido un ascenso en su trabajo y la empresa para la que trabajaba le había ofrecido un puesto de directivo en una lejana y emergente economía de otro país.
—La semana que viene nos vamos —dijo con cierta pesadumbre.
—Lo sé —contesté intentando parecer indiferente.
—Pero seguiremos manteniendo el contacto. ¡No hay kilómetros suficientes que sean capaces de detener nuestras largas charlas! Puede que el horario suponga al principio un problema, pero poco a poco... Oye, Bobo, ¿me estás escuchando?
—Sí, disculpa Victoria, pero es que...
¿Debía o no debía decírselo? Éste era el momento. El ahora o nunca.
—Sí, lo sé —me interrumpió—. También va a ser duro para mí. Pero aún no ha llegado. ¡Hay que aprovechar el tiempo, Bobo!
Me extendió la mano mientras se giraba y se disponía a que nos fuéramos a otro lugar, pero cuando dio el primer paso su mano continuaba vacía. Se detuvo y sin volver a girarse para mirarme me preguntó.
—¿Qué sucede, Rafael? ¿Hay algo que quieras contarme?
 
 
Elige qué hizo Rafael:
 

2 comentarios:

  1. Recuerdo que olvidé lo mucho que me marcó este relato en su formato de narración interactiva. Pero ahora recuerdo el olvido y no olvidaré recordar. Tu Victoria es mi Victoria, la ironía de momentos ganados que no existieron y que fueron ganados por no existir. "¡Hasta la Victoria siempre!" será nuestro lema al sumergirnos en las aguas del pasado irreal, la saudade y el hiraeth. La victoria de recordar el olvido y vivirlo recordando... u olvidando.

    ResponderEliminar
  2. La gente puede pensar que si recordamos que hemos olvidado algo es porque al olvidar el recuerdo éste no debería de ser muy importante. Si lo fuera no lo habríamos olvidado y seguiría siendo recuerdo. Pero desconocen la importancia de, cuando se produce el olvido, ser capaz de recordar que algo fue olvidado, pues significa que su calor aún persiste aunque la llama se extinguió. Y por tanto, al recordar el olvido puedes olvidar que lo olvidaste y recordar de nuevo, prendiendo la llama una vez más, para que así el olvidado recuerdo se transforme en un recuerdo que no se volverá a olvidar jamás.
    ¡Ay! Victoria es la Victoria de todos los que amaron, creo yo. Los que hemos amado en nuestras cabezas, y aunque no fuera tangible para nuestras manos, sí que sentimos cómo las fibras de nuestro corazón se estremecían ante lo irreal del sentimiento, ante la improbabilidad de su nacimiento. ¿Cómo se puede echar tanto de menos algo que nunca sucedió?
    Y yo te acompaño con un "¡Victoria o muerte!", pues si dejase de recordarla estaría muerto, y si la recuerdo, por ella muero.

    Ya que lo nombras, dejaré el relato interactivo por si alguno de nuestros lectores quiere experimentarlo por sí mismo: https://parserfi.itch.io/el-recuerdo-del-olvido

    ResponderEliminar

Comenta en las Fauces...