sábado, 20 de mayo de 2023

Algo sobre un atlante

¿Qué mejores fábulas que las de Howard? Este texto, un repaso de los cuentos protagonizados por Kull de Atlantis, o Kull de Valusia, fue escrito en el 2021, en el calor del entusiasmo por los recién leídos y sin todo el rigor crítico o investigativo necesario (me faltó mencionar un "cameo" en otro relato), pero, ¡hey, está entero!

'Kull of Atlantis', by Justin Sweet

Kull de Atlantis, o Kull de Valusia, dependiendo de si se prefiere aludir a sus orígenes barbáricos o a su ascenso al trono, fue el precursor del más famoso Conan de Cimmeria, héroe de espada y brujería creado por Robert E. Howard en la década de los treinta. Habrá quien considere a uno prototipo del otro debido a que Howard recicló el cuento “By This Axe I Rule! (¡Con esta hacha gobierno!) para elaborar el primer relato de Conan, “The Phoenix on the Sword (El fénix en la espada), además de que varios elementos del imaginario de Kull se sumaron al del cimmerio en las adaptaciones fílmicas estelarizadas por Arnold Schwarzenegger.

La realidad es que ambos personajes habitan el mismo mundo, con unos milenios de diferencia en la línea temporal alternativa que Howard ubica antes del origen de las civilizaciones conocidas, donde ocurren la Era Thuria y la Edad Hiboria. Durante estos periodos, razas ficticias antiquísimas luchan y se esclavizan entre ellas, convergen con criaturas simiescas, imperios que se levantan y se derrumban, y cataclismos que alteran la distribución de los continentes. Podría conjeturarse que Kull es el tatarabuelo a la décima potencia de Conan, de no ser por el número de extinciones acaecidas entre las eras Thuria e Hiboria y, más importante, el poco interés que el atlante muestra hacia las mujeres y la procreación, contrario al indómito Conan.

En las diferencias de carácter y en el tono de sus historias reside la mayor prueba de que son personajes independientes, a pesar de que algo del primero sirvió de “borrador” para el segundo, mejor establecido en la cultura popular. Yo mismo, novicio en la ficción de Robert Howard, empecé leyendo las aventuras del Bárbaro antes de conocer la existencia de su antecesor, debido a lo cual pausé mi recorrido por los reinos hibóreos para aventurarme en el continente thurio, cuando la brumosa Edad Precataclísmica tocaba su fin.

El primer cuento donde Kull apareció es uno de los varios que no se publicaron en vida de su autor. Ni siquiera lo bautizó. Fue Glenn Lord, agente literario y editor de Howard, quien le puso el título “Exile of Atlantis (Exilio de Atlantis). Aquí conocemos a Kull, nacido en el valle del Tigre, huérfano tras una inundación, criado por animales salvajes, capturado por una tribu de la montaña del mar y formado entre ellos como un hombre excepcional, pero también como un inadaptado. En una conversación al calor de una fogata, nos enteramos de que ve con escepticismo las creencias y tradiciones de la gente que lo adoptó, al mismo tiempo que el brillo de Valusia, el reino más poderoso en Thuria, ejerce sobre él una gran atracción. Poco después, al final del texto, un acto de rebelión compasiva le acarrea la enemistad de la tribu, obligándolo a huir e iniciar la odisea que lo terminará colocando sobre el trono que tanto anhelaba.

La última información se resume en un párrafo, por lo que podría verse a “Exilio de Atlantis”, más que como relato, como un prólogo, sin menospreciar el impulso evocativo que echa a andar en breves páginas. Kull se muestra desde el principio como un soñador, y a través de su desarraigo nos incita a soñar con él. ¿Quién dice no que todo lo que sigue es sólo parte de su imaginación…?

Tras caer prisionero de piratas lemures (otra raza barbárica junto a los atlantes y pictos), remar siendo esclavo de galera, escapar a Valusia, pasar un tiempo en sus calabozos, volverse sucesivamente gladiador, soldado, comandante… ganar el favor de nobles maquinadores, liderar un levantamiento contra el despótico rey Borna, matarlo y arrancarle la corona ensangrentada, Kull se convierte en el nuevo monarca valusiano.

Una pena que no exista ninguna narración al respecto de esta época pre-reinado, excepto de manera tangencial en “The Curse of the Golden Skull” (La maldición del cráneo dorado), un escrito muy corto, aunque de prosa exuberante. El hechicero Rotath de Lemuria maldice a la existencia misma después de recibir una herida de muerte por la espada de Kull, bajo órdenes de Borna. Esto sólo se menciona de paso. Rotath lanza un último juramento y los milenios corren hasta los días del mismo Howard, donde el relato halla su desenlace. Como dato curioso, de la letanía de antiguos dioses que pronuncia el brujo surgió el nombre “Shuma Gorath”, que Marvel Comics exprimió.

Es poco después de que Kull se encumbra en Valusia cuando la historia da pie a “The Shadow Kingdom” (El reino de las sombras). Aquí se introduce un personaje secundario esencial en la plantilla real: Brule, el asesino de la lanza.

El cuento arranca con un desfile. La llegada del rey ante los ojos de los valusos y de nosotros, lectores, narrada con la gloriosa brusquedad del escritor. El ambiente de conspiración y paranoia no tarda en fraguarse apenas el atlante pisa el palacio. Las mascaradas de la nobleza y la invitación del embajador picto Ka-nu hacen sospechar a Kull, quien no puede hacer más que seguirles el juego y mantenerse alerta. En este aspecto se aprovecha muy bien su primer encuentro con Brule, emisario de Ka-nu, cuya sangre picta hierve en cercanía a la atlante por la enemistad natural de sus clanes, pero es necesariamente reprimida por las cuestiones de la corte. El relato entero podría verse como una metáfora de la falsedad inherente a todo cuerpo de gobierno. El poder de las apariencias y el poder tras el poder. Y si no, antes que nada se trata de una fantasía heroica como pocas.

Robert E. Howard hizo de las sombras la mayor virtud del entramado, pues mantiene vivo el misterio antiguo e inquietante detrás de los tapices durante dos magníficos capítulos: la velada con Ka-nu, anciano habilidoso y reticente, en Así hablaron los silenciosos salones de Valusia, y el subsiguiente Aquellos que caminan en la noche, marcada por una serie de descubrimientos paulatinos, a cuál más tenebroso que el anterior. Pasadizos secretos, traiciones, poderes ancestrales, muerte… Nuestro protagonista duda ante las amenazas que se ciernen sobre su corona, reaccionando como un héroe, pero sobrecogiéndose, errando y siendo guiado por la mano de Brule. El Rey sigue siendo un hombre, y como tal, también es capaz de la reconciliación. La columna emocional del cuento se construye sobre las interacciones entre el atlante y el picto, su crecimiento desde la mayor hostilidad hasta el más profundo respeto que un par de bárbaros puede tenerse. La victoria final de Kull, en el tremendo tercer acto, Máscaras, no sólo es sobre su reino, sino sobre su pasado. Los dos cuestan algo de sangre.

“El reino de las sombras” introduce a los hombres serpiente (antecedentes directos de los reptilianos), una arcaica raza que plantea un peligro contante y sonante para el rey de Valusia, pues se ocultan en todos los rincones y bajo todas las facetas. Sin embargo, no volvemos a saber de ellos, ni de la campaña de Kull para expulsarlos de sus tierras, al menos en las obras de Howard (reciben una mención en “Curse of the Golden Skull”). Lo que sí es que con esa inercia se puede leer “The Altar and the Scorpion” (El altar y el escorpión), otra pieza breve en que el atlante vuelve a figurar como un nombre y una promesa.

En una ciudad de las montañas, dos jóvenes están a punto de ser sacrificados por Thuron, sumo sacerdote de la sombra negra, otro de tantos cultos que el rey ha jurado destruir (por lo que podría decirse que amplió su campaña contra los hombres serpiente). La ayuda está en camino, pero el viperino sacerdote se encuentra aún más cerca. El protagonista le suplica al Gran Escorpión, la deidad de un olvidado templo, que los proteja. Su respuesta, o la casualidad, es impecable. Al final, no pude evitar imaginar a los jóvenes atados de pies y manos en una postura similar a la de los artrópodos.

Kull se presenta únicamente a través del ruido de los cascos de su caballo, pero hemos echado un vistazo al contexto de su reinado, y sabemos que sus esfuerzos de conquistador siguen vigentes.

Más sustancioso es “The Black City”, también conocido como “The Black Abyss” (Abismo negro). Lo primero que notamos es que Howard instala a su personaje entre cojines, en un tedio que comenzará a hacerse más frecuente y a conducirlo por los caminos de la introspección. Es cuando observamos al hombre que ha alcanzado sus sueños y a quien no le queda más que continuar soñando mientras se desenvuelve su próxima aventura. Para esto, nada tan sugerente como Kamula, ciudad de mármol y lapislázuli donde todo parece deslizarse sobre nubes, pero cuyos muros esconden otro culto abominable.

Desapariciones, pasajes secretos en el palacio y un consecutivo descenso de Kull y Brule en las profundidades de la montaña, narrado con una progresión digna de los mejores relatos de horror, componen un recorrido lineal (vertical, en este caso), sin pausas, pero en que el autor se asegura de barbechar la atmósfera para erizar los vellos del lector. Lo que aguarda al fondo, en un esquema apropiadamente lovecraftiano y de grotescas referencias sectarias a la élite social, podría considerarse una variante de los ritos de los hombres serpiente. Cuando menos, el culebreo...

Delcarde’s Cat” (La gata de Delcardes) fue luego intitulado “The Cat and the Skull” por el mismo Robert, algo que no le encantó a sus editores y, francamente, a mí tampoco. Se antoja un nombre genérico al compararse con el otro, más sutil y sibilino, lo que es de agradecerse especialmente cuando a mitad de la lectura todavía no intuimos hacia dónde va la trama. Y eso que, desde el primer párrafo, Howard es tan hermético con sus intenciones como la caja torácica de un esqueleto. El motivo del segundo título es la presentación de Thulsa Doom, mago inmortal, archienemigo del rey valuso. Una suerte de Moriarty para Kull, siendo que aparece solamente en dos historias del canon, y cuando lo hace es como si fuera el villano de toda la vida (como el Profesor). A algunos el nombre les sonará por el malo de la película ‘Conan the Barbarian’, interpretado por James Earl Jones, pero el auténtico Thulsa Doom es mucho más siniestro y ya brujuleaba entre este y otros mundos desde la Edad Precataclísmica.

Aparte de señalar la amenaza del mago, el autor coloca al monarca ante una situación digna de cuento de hadas: una gata parlante, vetusta y augur. Su convidante, Delcardes, pide la aprobación real para casarse con un tal Kulra Thoom de Zarfhaana (¿será que “Thulsa Doom” y “Kulra Thoom” simplemente forman una de las tantas aliteraciones de la prosa howardiana…?), a cambio de escuchar hablar al felino. Además, la gata, Saremes, está siempre acompañada por un esclavo cuyo rostro permanece velado.

Tu (otro secundario recurrente), consejero del trono y voz de la tradición, olfatea una patraña, y no quisiera excederme con los juegos de palabras, pero son precisamente Tu y Tú, el lector, quienes mejor perciben que hay gato encerrado en esta situación. Caso contrario al protagonista, un Kull que, por afán de gobernar certeramente y por escuchar los ecos místicos de los tigres de su natal Atlantis en la voz de Saremes, peca de ingenuo, incluso si mantiene un cierto nivel de suspicacia en sus ambiguas conversaciones nocturnas con la felina.

Súbitamente, como si nos transportara a otro cuento, la ingenuidad de Kull lo conduce a una ardua y escalofriante correría en el lago prohibido. Un chapuzón de reminiscencias artúricas que termina sumergiéndolo hasta un reino más allá de Valusia y del límite de su dimensión. Será el primero de varios sucesos que empezarán a abrir los ojos y la mente del atlante frente a la complejidad de la existencia. Asimismo, uno de varios que lo empujarán a imponer su mando por encima de las ataduras del trono. Y el hecho de que todo esto quepa en una sola narración, sin perder cierto clasicismo heroico y sin dejar apenas tiempo para respirar, reafirma que se trata de una de las mejores y más fantásticas del conjunto.

The Skull of Silence” (El Espectro del Silencio), también conocido como “The Screaming Skull of Silence” (calificativo innecesario a mi entender), rememora “el día en que el rey tuvo miedo”. A partir de tamaña descripción, pues no han sido pequeños los motivos para sentir miedo anteriormente, Howard va más allá de la hechicería o las fuerzas cósmicas y se adentra en terrenos metafísicos, arguyendo desde la primera página que la realidad misma es una ilusión. Es tan fuerte el pensamiento, que parece relegar a la trama a un segundo plano (en esta ocasión, el conflicto sucede por mero capricho del rey, tras escuchar las palabras de Kuthulos, otro personaje que permaneció en la plantilla después del relato anterior), y someter la prosa al ejercicio de sus condiciones. No obstante, la incursión en lo desconocido y los horrores lovecraftianos, contenidos dentro de un apropiado castillo negro, resuenan mejor que nunca, perceptibles pero incognoscibles, en un escrito tan corto como intenso, riguroso y sostenido, que sin lugar a dudas lleva a Kull al límite de sus capacidades físicas y mentales.

Riders Beyond the Sunrise” (Jinetes del sol naciente), otro de los hijos no cristianados de Robert que le debe su título a un tercero (esta vez a Lin Carter, escritor y editor), retoma la disidencia del atlante con la corte valusiana, a la que el molesto Tu representa como nadie. En forma de gesta épica, Kull se lanza en persecución de una pareja fugitiva, para salvaguardar la dignidad del imperio y, más que nada, por la provocación hecha a su barbárico talante. ¡No tan lejos quedan los días en la tribu de la montaña del mar, cuando una rancia tradición y su propia impulsividad lo obligaron a alejarse de casa!

En su viaje por tierras thurias, Kull lidera el ejército de asesinos rojos de Valusia, dejando el rastro de penurias sufridas al atravesar montañas y desiertos, hasta el recóndito Grondar, en el extremo del mundo. Sin embargo, el recorrido, a tono con lo introspectivo del personaje, se enfoca en él y su sed de venganza, su credulidad y sus pasos en falso, culminando en la más enjundiosa aparición de Thulsa Doom, en un paradigmático duelo de pura fantasía literaria.

Visto en orden presuntamente cronológico, basados en la evolución del protagonista, a “Jinetes del sol naciente” le seguiría “By This Axe I Rule!”, el que más abiertamente representa la naturaleza reflexiva, compasiva, melancólica y acometedora de Kull. El salvaje aburrido que extraña la libertad de lo incivilizado; el rey que siempre será usurpador en el fondo; el hombre que no desea a ninguna mujer, pero que es todo un caballero. Quizás el capítulo más desconcertante del canon sea Creí que erais un tigre humano: allí, Kull se sincera con una esclava en una escena de pinceladas sentimentales y un aura íntima que puede hacer dudar al lector sobre si es el mismo bárbaro atlante que lleva la corona valusiana.

Que lo es, ¡sí que lo es! Con un final poderoso, haciendo el mejor uso posible del hacha, primero para despejar su alcoba de un grupo de traidores y luego para imponer su ley, Kull redime los escarpes de la narración y se redime a sí mismo.

En “The Striking of the Gong” (El estruendo del gong), Robert Howard vuelve a dar rienda suelta a sus inquietudes metafísicas. El protagonista se apersona, sin saber cómo, en un plano más allá de su propio universo. Aunque el texto se ciñe a la experiencia extracorpórea, no habiendo un entramado como tal, nos queda la sensación de que este evento marca un punto sin retorno en la filosofía del atlante, su concepción de la realidad, y ciertamente nos deja qué pensar a los lectores, si es que las portentosas imágenes del escritor no nos obnubilan primero.

Swords of the Purple Kingdom” (Espadas del reino púrpura) vuelve a poner al monarca en medio de una conspiración y de un idilio trunco, aunque mejor estructurado que en “¡Con esta hacha gobierno!”. Por ejemplo, ahora no son las viejas leyes o Tu los que se interponen entre él y su bendición para un matrimonio, sino la discrepancia paterna, un terreno al que su real voluntad ya no tiene acceso. Así queda asentada la prudencia diplomática de Kull, el más digno de los gobernantes de Valusia.

El relato se desarrolla como una auténtica aventura de caballería, desdoblando los puntos de vista para mayor dinamismo, con misteriosos traidores, villanos raptores, una damisela en peligro (Kull también, y es que casi siempre hay alguien que lo salva cuando los problemas están a punto de sobrepasarlo) y un duelo bajo la luz de la luna. Será la última vez que el atlante enarbola un arma contra sus enemigos, porque “Wizard and Warrior” (Hechicero y guerrero, título de Lin Carter) le cede protagonismo a Brule el picto, quien refiere la historia de su glorioso primer combate a raíz de una partida de juego de mesa, confirmando que su ingenio está a la par de su fuerza. Es lo menos que Howard podía hacer en honor a tan leal y valeroso camarada.

Finalmente, “The Mirrors of Tuzun Thune” (Los espejos de Tuzun Thune) muestra al héroe deprimido, cuestionando la existencia. Todos sus momentos previos de descubrimiento y reflexión parecen haberlo conducido a este estado, cuando su carácter siempre soñador ya no se contenta con el sueño realizado de Valusia, sino que anhela más.

Como caída del cielo, una mujer le sugiere que visite al gran hechicero Tuzun Thune en su casa de los mil espejos, junto al lago de las visiones. Esos nombres resultan muy adecuados, pues el atlante pronto verá reflejadas sus ambiciones de conocimiento, hasta casi perderse en ellas, en sus instantes más contemplativos… y vulnerables. De no ser por la presencia oportuna de Brule, el peligro oculto de los espejos hubiera significado el final dentro del final.

A modo de “epílogo” de sus hazañas, Howard nos regala un último poema, “The King and the Oak” (El rey y el roble), que neblinosamente, y un poco agorero, habla de la lucha interna que Kull debió mantener por el resto de su vida sobre el trono, obsesionado con los misterios de la realidad, empujado por el inexorable pasar de los años hacia el mar, que es tanto el lugar del que provino como el lugar al que se van a perder los recuerdos de los hombres.

Justamente, unos siglos más tarde sucede el cataclismo que hunde una porción del continente thurio, incluidos Lemuria y Atlantis. Los terremotos y las erupciones volcánicas terminan de barrer con los imperios. Miles de años después, con otro cataclismo y muchas guerras entre tribus salvajes de por medio, da inicio la Era Hiboria y las andanzas de Conan de Cimmeria, en quien algunos observan la reencarnación de Kull de Atlantis. No parece descabellado. Literariamente, aunque el primero le lleva ventaja, los cuentos del Rey Kull destacan por ser algunos de los más evocadores y virtuosos de la ficción howardiana. Ordenados por preferencia, mi lista quedaría así:

 

1.     La gata de Delcardes

2.     El reino de las sombras

3.     Abismo negro

4.     El Espectro del Silencio

5.     Los espejos de Tuzun Thune

6.     El estruendo del gong

7.     Jinetes del sol naciente

8.     ¡Con esta hacha gobierno!

9.     Espadas del reino púrpura

10.  Hechicero y guerrero

11.  El rey y el roble

12.  El altar y el escorpión

      13.  Exilio de Atlantis 

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