miércoles, 31 de mayo de 2023

Carrie, de Stephen King

Una reseña literaria (o intento de) escrita en 2020.


Carrie es una novela cuyo argumento se vende y vende a su autor como el perfecto ejemplo de ficción comercial: problemas adolescentes, adolescentes en problemas, poderes sobrenaturales y una tendencia a explotar el horror de todo ello. Acerca de lo que trata, la adaptación de 1976 ha rescatado lo esencial –el marco de sangre y humillación entre un incidente en las duchas y el baile de graduación.

Otro asunto es el carácter epistolar del libro, aunque sería más apropiado decir que Stephen King se asoma a diversas fuentes escritas, directa o indirectamente relacionadas y en forma de documentación (citas de publicaciones, reportes, entrevistas, frases borrajeadas sobre superficies), abarcando la historia desde múltiples puntos de vista como un medio para la descripción del escenario –el pueblo de Chamberlain, Maine– y la indagación en los antecedentes y contexto de su protagonista durante la noche del baile de gala estudiantil.

La novela se divide en tres partes. Los textos de la primera, Deporte sangriento, hacen continuas referencias al evento que ocupa casi totalmente la segunda, Noche de fiesta. En realidad, anticipan al lector una catástrofe y guardan los detalles para mayor suspenso. Proyectan al pasado los sucesos de su futuro próximo, volviéndose luego fragmentos del presente durante la hecatombe de Chamberlain. Como una explosión al ralentí. King va deteniéndose por los rincones del pueblo, testimoniando escenas de sangre, fuego y muerte, en lo que mayor honor le hace a su ficción de terror comercial. La documentación aquí y en la tercera parte, Después del naufragio, también evidencia el razonamiento de autoridades e investigadores ante lo irrazonable, lo desconocido, y cómo el individuo se diluye en la tinta de los anales, incapacitando, de una manera quizá más trágica que la noche del baile, cualquier medida para evitar la siguiente. El contrapunto a ese raciocinio es Sue Snell, compañera escolar de Carrie, y voz “sentimental” de su lado de la historia, quien experimenta en carne propia la telekinesia de la chica sin tampoco ser capaz de explicárselo, o hacer frente a su influencia.

Queda en manos del narrador omnisciente el lado que corresponde a Carrie, y en general a la intimidad de los involucrados. Bajo su pluma escrutadora de detalles del entorno y revoltijos mentales, algunos más embrollados que otros, los adolescentes se vuelven un poco menos adolescentes. Resaltan los conceptos de miedo, resentimiento, degradación y culpa como hilos que los mueven entre sí, aunque las páginas más interesantes, y temibles, se le dedican a la protagonista, la vida con su madre –una fanática religiosa– y el control de sus poderes. La telequinesis se maneja como un despertar a las fuerzas misteriosas de la pubertad, otro aspecto relacionado con muerte y pecado.

Ciertamente, Stephen King no ahonda en temas tan sugerentes; de hecho, redunda en ellos por mor del tono y la intensidad de la obra (sin perder eficacia), pero los utiliza para enriquecer esa perfecta novela barata y hacer algo más de ella. Cuando menos, una historia casi bíblica en su sentido de horrorosa justicia. O revancha. Es fácil empatizar con Sansón, aun cubierto de sangre de cerdo.           

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