Una reseña literaria (o intento de) escrita en 2020.
Carrie
es
una novela cuyo argumento se vende y vende a su autor como el perfecto ejemplo
de ficción comercial: problemas adolescentes, adolescentes en problemas,
poderes sobrenaturales y una tendencia a explotar el horror de todo ello.
Acerca de lo que trata, la adaptación de 1976 ha rescatado lo esencial –el
marco de sangre y humillación entre un incidente en las duchas y el baile de
graduación.
Otro asunto es el
carácter epistolar del libro, aunque sería más apropiado decir que Stephen King
se asoma a diversas fuentes escritas, directa o indirectamente relacionadas y
en forma de documentación (citas de publicaciones, reportes, entrevistas, frases
borrajeadas sobre superficies), abarcando la historia desde múltiples puntos de
vista como un medio para la descripción del escenario –el pueblo de
Chamberlain, Maine– y la indagación en los antecedentes y contexto de su
protagonista durante la noche del baile de gala estudiantil.
La novela se divide en
tres partes. Los textos de la primera, Deporte
sangriento, hacen continuas referencias al evento que ocupa casi totalmente
la segunda, Noche de fiesta. En
realidad, anticipan al lector una catástrofe y guardan los detalles para mayor
suspenso. Proyectan al pasado los sucesos de su futuro próximo, volviéndose
luego fragmentos del presente durante la hecatombe de Chamberlain. Como una
explosión al ralentí. King va deteniéndose por los rincones del pueblo,
testimoniando escenas de sangre, fuego y muerte, en lo que mayor honor le hace
a su ficción de terror comercial. La documentación aquí y en la tercera parte, Después del naufragio, también evidencia
el razonamiento de autoridades e investigadores ante lo irrazonable, lo
desconocido, y cómo el individuo se diluye en la tinta de los anales,
incapacitando, de una manera quizá más trágica que la noche del baile,
cualquier medida para evitar la siguiente. El contrapunto a ese raciocinio es
Sue Snell, compañera escolar de Carrie, y voz “sentimental” de su lado de la
historia, quien experimenta en carne propia la telekinesia de la chica sin tampoco
ser capaz de explicárselo, o hacer frente a su influencia.
Queda en manos del
narrador omnisciente el lado que corresponde a Carrie, y en general a la
intimidad de los involucrados. Bajo su pluma escrutadora de detalles del
entorno y revoltijos mentales, algunos más embrollados que otros, los
adolescentes se vuelven un poco menos adolescentes. Resaltan los conceptos de
miedo, resentimiento, degradación y culpa como hilos que los mueven entre sí,
aunque las páginas más interesantes, y temibles, se le dedican a la
protagonista, la vida con su madre –una fanática religiosa– y el control de sus
poderes. La telequinesis se maneja como un despertar a las fuerzas misteriosas
de la pubertad, otro aspecto relacionado con muerte y pecado.
Ciertamente, Stephen
King no ahonda en temas tan sugerentes; de hecho, redunda en ellos por mor del
tono y la intensidad de la obra (sin perder eficacia), pero los utiliza para
enriquecer esa perfecta novela barata y hacer algo más de ella. Cuando menos,
una historia casi bíblica en su sentido de horrorosa justicia. O revancha. Es
fácil empatizar con Sansón, aun cubierto de sangre de cerdo.
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