Puede que tenga síndrome de Diógenes digital, puede que sea un acumulador. Sí, es cierto, no me escondo. Soy culpable y pago por ello. Nunca falta la mirada de quien se cree mejor que tú simplemente por el hecho de no ser como tú. Bueno, en realidad por el hecho de no ser tú como la persona que te juzga. Porque lo que importa nunca es el motivo por el cual somos iguales o diferentes. Lo que importa es el hecho en sí de serlo o no.
Pero volviendo al tema de esta entrada, repasando uno de mis discos duros encontré un archivo cuyo nombre, en principio, no llamó mi atención: «POrque.doc» (sic). No daba ninguna pista de lo que podía contener. Ni siquiera estaba bien escrito. Podría ser uno de tantos documentos de texto que he utilizado a modo de borrador, para hacer corta y pegas de textos, o cualquier otra cosa temporal que al final no borré y pasó a formar parte de una carpeta con más archivos olvidados. Esta vez estaba decidido a acabar con él. Sí, quería hacer limpieza, aunque fuera un poco, así que lo abrí. En cuanto confirmase que no era nada que necesitaba, quizá algunos enlaces de megaupload o de algún otro dominio que ya no existe, podría mandarlo a la papelera de reciclaje y eliminarlo para siempre. ¡Un gran triunfo para alguien como yo!
Sin embargo, cuando lo abrí inicié un viaje al pasado. Un pasado que había olvidado, que incluso ahora me cuesta recordar. ¿Y por qué compartir algo tan íntimo? Porque el «delito» ya ha prescrito. Han pasado más de 20 años. Y porque así no volverá a perderse. Y quizá hasta me sobreviva.
Bienvenidos al domingo 6 de mayo de 2001.